Los vivenciales nacen con el fin de compartir y realizar una serie de talleres que buscan desarrollar experiencias de aprendizaje y situaciones que permitan un proceso de enseñanza altamente significativo para los Celerados. Sin embargo, el impacto del vivencial no se queda aquí y va mucho más allá.
Patricia Ramos de la Séptima Generación de Celera nos cuenta sobre su primer vivencial el pasado mes de Septiembre
“Cuéntanos quién eres” es la primera premisa que aparece en el formulario de inscripción de Celera. Nuestro primer impulso es decir nuestro nombre y contar a qué nos dedicamos. Yo misma iba a empezar esta crónica presentándome a quienes no me conocieran con un “me llamo Patricia, soy estudiante de Medicina y pertenezco a la G7 de Celera”. Según el ámbito en que lo hagamos, esta fórmula sufre pequeñas variaciones, pero la esencia siempre está ahí: nombre, ¿edad, acaso? y profesión.
Ya hemos oído muchas veces que, aunque forme un gran pilar de nuestra identidad, no somos únicamente aquello a lo que nos dedicamos, pero, personalmente, a mí me ha costado ir encontrando las cosas que me caracterizan como persona al margen de “lo que hago”.
Celera me ha ayudado mucho a acelerar ese proceso y, de hecho, he sido consciente de varios aspectos que me definen durante el último vivencial.
El fin de semana trató sobre *las relaciones*. Qué temón. Inabarcable. De primeras, nos hace pensar únicamente en nuestro vínculo con otras personas, pero durante estos dos días y medio exploramos mucho más que eso:
El viernes, al llegar a la Sierra de La Cabrera, empezamos a tomar conciencia de cómo podemos cuidar nuestra relación con nosotros mismos: nutriendo bien a nuestro organismo, dándonos tiempo para disfrutar de los alimentos, reflexionando sobre prácticas diarias (ejercicio, meditación…) que nos sientan bien física y mentalmente y dándole a nuestro cuerpo el tiempo necesario para descansar.
El sábado, después de una sesión de estiramientos matutinos, exploramos nuestra red de apoyo. Marta y Katya, las psicólogas del equipo, nos guiaron a través de un ejercicio de visualización que nos ayudó a entender en quiénes confiamos cuando las circunstancias nos sobrepasan y cómo cuidamos nuestros vínculos con esas personas. Para ser conscientes de esto último, muchas veces basta con identificar los motivos por los que les tenemos que decir “gracias”, “te quiero”, “lo siento” y “te perdono”.
Durante la comida tuvimos tiempo y espacio para hablar entre nosotros y seguir conociendo todo lo que teníamos que ofrecernos los unos a los otros (también para descansar al sol, despejarnos en la piscina…). Estos momentos más libres también nos permitían profundizar en otro gran pilar de nuestra identidad: nuestros anhelos. Los miembros de Celera tienen grandes ambiciones en muchos terrenos, y no es raro acabar hablando del último proyecto que se tiene entre manos para buscar colaboraciones, apoyo o, simplemente, inspiración. En este caso, me parece importante reflexionar, además, sobre qué mueve a cada uno para hacer lo que hace y de dónde saca la energía para seguir con ello. Algo de lo que me he dado cuenta en mi primer año aquí es que los celerados impresionan por sus méritos, pero los admiras por el motivo que los impulsó a perseguir sus metas.
Después de la pausa, participamos una gymkhana por equipos en la que me di cuenta de que gran parte de quienes somos viene definida por delante de qué personas dejamos de sentir vergüenza. Celera es un programa serio, pero no aburrido, y, si en algún momento de la tarde dejamos de reírnos, fue para vitorear al compañero que estaba haciendo la prueba en cada momento.
La cena nos dio tiempo para asimilar lo ocurrido en el día, para romper el hielo entre quienes aún no habíamos hablado y para ir anticipando los números musicales que pondrían ritmo a una velada arropada por el calor de una chimenea. Esto me da pie a hablar sobre otro pilar de nuestra esencia: aquello que deseamos dejar atrás. Habrá quienes digan que la definición por negación no es realmente una definición, pero, en este caso, poner en palabras en qué no queremos convertirnos es un paso importante acercarnos a nuestra verdadera identidad. Nosotros esa noche tuvimos nuestro particular San Juan y la hoguera se llevó nuestros demonios particulares.
Con el olor a humo en la ropa y con las últimas melodías sonando aún en nuestras cabezas, nos fuimos a dormir.
La mañana siguiente la dedicamos a profundizar en nuestra relación con la naturaleza y lo que nos ofrece. Disfrutamos del paisaje de una de las rutas que hay en la zona y llegamos a un llano de piedra en el que hicimos un ejercicio de alimentación consciente. Una simple manzana llena mucho más que el estómago cuando se saborea pensando en todo el proceso que ha tenido que ocurrir desde que brotó su semilla hasta que llegó a nuestras manos. Y no solo eso, sino que compartir este tipo de momentos con personas así te hace sentir en paz contigo mismo y con el mundo. También forman parte de nuestra identidad las circunstancias en las que nos encontramos en paz.
La última comida del fin de semana no estuvo manchada por la pena de tener que irnos, sino que fue de las más animadas: ya nos conocíamos todos entre todos, ya teníamos anécdotas compartidas de las que hablar, ya empezábamos a pensar en cuándo tendríamos la siguiente oportunidad de juntarnos. Durante los dos días se había generado una ambiente seguro en el que cada uno podía mostrarse sin miedo ante el resto: con sus anhelos, sus redes de apoyo, sus momentos sin vergüenza, sus proyectos… siendo ellos. Siendo nosotros.
Durante el vivencial, encontré parte de quien soy en mis compañeros; en Katya, en Marta, en Javi, en María y en Diego, en quienes crean y comparten con nosotros los momentos en los que estamos cómodos en nuestra piel y en los que nos sentimos yo, al margen de “lo que hacemos”.
Patricia Ramos González